Hace cincuenta años, muchos observadores de la religión estadounidense dieron por hecho que la secularización acabaría gradualmente con el cristianismo tradicional. Hace veinte años, el cristianismo parecía sorprendentemente resiliente y, por lo tanto, los eruditos cambiaron de opinión: tal vez haya una excepción estadounidense a las tendencias de secularización, o quizás una Europa secularizada fue la excepción y la tesis de modernidad igual a secularización estaba totalmente equivocada.
Ahora la situación ha cambiado una vez más y el nuevo consenso es que la secularización solo estaba rezagada y con el rápido colapso de la afiliación cristiana en el siglo XXI, ha llegado tardíamente un destino más europeo para la religiosidad estadounidense. “En Estados Unidos, el declive del cristianismo continúa a un ritmo acelerado”, decía el titular de una nueva encuesta sobre la religión en Estados Unidos del Centro de Investigaciones Pew del mes de octubre, que resumía un consenso compartido por los conservadores religiosos pesimistas, los anticlericalistas ansiosos y el tipo de periodistas lamentablemente incrédulos que sospechan que podríamos extrañar la religión organizada cuando se haya ido.
Las tendencias que han inspirado esta perspectiva son reales, pero las oscilaciones en el consenso en un periodo relativamente corto deberían inspirar prudencia en la interpretación. Un importante calificador, apropiado para la semana de Halloween, es que el declive de las instituciones cristianas y el debilitamiento de la afiliación cristiana quizá están despejando el camino para las espiritualidades poscristianas — panteístas, gnósticas, sincretistas, paganas— en lugar de un nuevo tipo de ateísmo de la impiedad (el hecho de que The New York Times, ocasionalmente estereotipado como laico y liberal, esté proclamando la “cumbre de las brujas”, mientras que The New Yorker ofrece un trato amable a la astrología milénial, sugiere cuán poco secular podría volverse el futuro de Estados Unidos).
Pero las posibilidades poscristianas no son el único motivo para calificar una narrativa de secularización. A continuación, tres puntos más específicos de la cristiandad estadounidense que deberían considerarse, junto con la descarnada historia fatalista de los datos del Centro Pew.
El cristianismo tibio podría estar disminuyendo mucho más drásticamente que el fervor religioso.
La encuesta del Centro Pew muestra una disminución clara en la asistencia semanal a la iglesia, aunada a una creciente desafiliación de personas que antes habrían estado ligeramente adheridas a las iglesias y las denominaciones: católicos culturales, metodistas de Navidad y Pascua, mormones y otros similares. Sin embargo, las cifras más recientes de Gallup indican que la asistencia semanal y casi semanal a la iglesia reportada solo ha “ido disminuyendo” últimamente, cayendo de un 42 por ciento en 2008 a un 38 por ciento en 2017, un descenso menor que la gran caída en la afiliación que dio a conocer el Centro Pew. Datos a largo plazo de Gallup indican que cualquier caída reciente en la asistencia a la iglesia es menor que el brusco descenso de la década de los sesenta, y que hoy la tasa de asistencia a la iglesia no difiere mucho de la tasa de los años treinta y cuarenta, antes del auge religioso de la posguerra.
La relativa estabilidad de los datos de Gallup coincide con el análisis proporcionado por los sociólogos Landon Schnabel y Sean Bock, en un ensayo de 2017 titulado: “The Persistent and Exceptional Intensity of American Religion” (La persistente y excepcional intensidad de la religión estadounidense). Los sociólogos consultaron la Encuesta Social General y argumentaron que el reciente descenso de la religión institucional se debe por completo a que aquellos cuya afiliación era débil dejaron de identificarse con los órganos religiosos en toda su extensión; mientras que para aquellos con una afiliación fuerte (poco más de un tercio de la población estadounidense), la tendencia entre 1990 y el presente es una línea plana, dado que sus estadísticas ni crecen ni disminuyen, sino que se mantienen estables a lo largo de una era de cambio religioso aparentemente drástico.
Esta resiliencia no debería ser totalmente reconfortante para las iglesias cristianas, ya que tanto su labor cotidiana como su influencia cultural dependen de llegar más allá de su núcleo de seguidores, así como de inspirar una mezcla de solidaridad e interés entre las personas que no asisten al culto cada semana. De hecho, la combinación de un núcleo permanente de creencias con el abandono en general podría hacer que la posición del cristianismo estuviera permanentemente bajo asedio, tentando a los piadosos a sentir paranoia y crear alianzas equivocadas, mientras que la cultura más amplia se vuelve más anticlerical, más como el liberalismo secular del siglo XIX en su deseo de derribar los reductos de la creencia tradicional.
Pero, por ahora, esa resiliencia también pone algunos límites a cuán exitosas puede buscarse que sean las políticas anticristianas, cuán fácilmente el conservadurismo religioso puede marginarse dentro de la coalición conservadora (no fácilmente) y cuán completamente puede secularizarse la coalición liberal ―no tan fácilmente, siempre y cuando su base siga estando compuesta principalmente por afroamericanos e hispanos― (la trágica polarización racial de la cristiandad estadounidense, en este sentido, puede tener un efecto positivo: evitar la absoluta polarización de la política entre coaliciones cristianas y poscristianas).
La posible resiliencia de la piedad y el fervor se vincula con el segundo calificador en la historia del declive…
La disminución del cristianismo todavía puede ser una historia tanto de la generación de los “baby boomers” como de los milénials.
La generación de los milénials, según su afiliación religiosa, en efecto, es la más secular de la historia moderna de Estados Unidos. De acuerdo con su asistencia religiosa, los milénials son los que menos asisten a la iglesia de entre los adultos estadounidenses. Esa parte de la historia de los “jóvenes seculares” es cierta.
No obstante, la asistencia religiosa tiene altibajos a lo largo del ciclo de la vida, ya que disminuye cuando dejamos de vivir con nuestros padres y luego aumenta con la crianza de los hijos y con la intrusión de la mortalidad. Y cuando el politólogo Ryan Burge comparó recientemente la asistencia semanal a la iglesia entre los jóvenes de veintitantos años con la asistencia semanal entre los jóvenes de la misma edad en los noventa, encontró, de hecho, un pequeño aumento: la asistencia a la iglesia ha disminuido entre las cohortes de personas de mediana edad y adultos que acaban de entrar a la tercera edad, pero el típico estadounidense milénial o de la generación Z es ligeramente más propenso a ser un asistente semanal a la iglesia que uno perteneciente a la generación X en, digamos,1995.
De tal modo que cualquier secularización reciente puede reflejar el envejecimiento y la muerte de la más piadosa “generación silenciosa”, y su sustitución en la cohorte de los 60 a 70 años por parte de los “baby boomers”, así como refleja la repentina descristianización de los jóvenes. En cuyo caso, el “temblor” que provocó la descristianización en las décadas de los sesenta y setenta, los años de juventud de los “baby boomers”, es probablemente aún más importante para nuestra situación actual que la “réplica” de los milénials. Los “baby boomers” siguen identificándose con las iglesias de las que se alejaron, en tanto que sus hijos milénials abandonaron la identificación residual. No obstante, la aceptación del individualismo religioso por parte de los “baby boomers” fue lo que verdaderamente determinó la trayectoria espiritual del país, no una apostasía milénial singular.
Por último, el tercer calificador…
Existen argumentos contundentes para decir que cualquier crisis que enfrentan las instituciones cristianas es más una crisis católica que protestante.
Así no es como suele contarse la historia de la religión en Estados Unidos desde los años sesenta, porque en cuanto a los números brutos de adeptos el mayor colapso posterior a la década de 1960 evidentemente pertenece al protestantismo tradicional, y el cristianismo evangélico y el catolicismo se mantienen igualmente estables.
Pero, si dividimos el cristianismo estadounidense en protestante católico, en lugar de una troika católica evangélica tradicional, podemos contar una historia distinta, en la cual el evangelismo ganó a costa de las iglesias tradicionales, manteniendo constante la postura protestante más extensa, mientras que el catolicismo se salvó del declive en su estilo tradicional solo gracias a la inmigración hispana.
La caída en la asistencia a la misa católica después del Concilio Vaticano II —tema de un fascinante nuevo libro, “Mass Exodus” (éxodo de misa/masivo), del teólogo y sociólogo británico Stephen Bullivant— fue más espectacular que cualquier acontecimiento protestante en general. La proporción resultante entre desconversiones y conversiones de católicos, entre excatólicos y nuevos católicos, es un triste indicador para la Iglesia, peor que el de las iglesias tradicionales por mucho, visible entre los católicos hispanos, así como los blancos. Y después de un largo periodo de estabilización sustentada por los inmigrantes, en la actual “réplica”, la asistencia a las misas católicas es lo que ha estado disminuyendo principalmente, incluso mientras la asistencia a la iglesia protestante aumenta.
Así que, si estaban inclinados a extrapolar a partir de la situación actual de la cristiandad estadounidense, pueden predecir que el futuro de la descristianización, su progreso o retroceso, se construirá sobre todo con base en qué tipo de catolicismo surge de las controversias actuales de la Iglesia: desde la agonía del escándalo de los abusos sexuales, la reactivación del programa católico-liberal con el papa Francisco y el asedio del catolicismo conservador, así como las polarizaciones teológicas y generacionales en la Iglesia.
A algunos de mis colegas escritorzuelos católicos, confrontados con el cambio poscristiano del liberalismo occidental, les gusta citar la profecía de Alexis de Tocqueville de que “nuestros descendientes tienden cada vez más a dividirse en dos, algunos abandonan el cristianismo por completo, mientras que otros se van a la Iglesia romana”. Ya sea que esa predicción sea verdadera o falsa a largo plazo, no describe en realidad al Estados Unidos de 2019, donde el protestantismo evangélico parece una alternativa más segura al secularismo de la iglesia de Joe Biden, el papa Francisco y la mía.
Pero, si hiciéramos una pequeña modificación a la cita de Tocqueville quedaría mejor: la manera exacta en que se dividan nuestros descendientes y la cantidad exacta de estadounidenses que abandonen el cristianismo por completo, dependerá sobre todo de lo que ocurra en la Iglesia de Roma.
c. 2019 The New York Times Company