UN IMPUESTO A LAS LLAMADAS DE WHATSAPP DESATÓ INDIGNACIÓN POR LA CORRUPCIÓN Y LIBANESES DE TODAS LAS CREENCIAS RELIGIOSAS SALIERON A LAS CALLES.
En un video grabado en Líbano durante el fin de semana, una mujer cuyo auto quedó atrapado en medio de una multitud de manifestantes, les dice que su pequeño hijo está con ella, asustado. En respuesta, los manifestantes empiezan a cantar y bailar “Baby Shark” para calmar al bebé. El video es tierno e inspirador; también es sorpresivo, ya que es muy poco común ver a una multitud libanesa reaccionar al unísono.
El 17 de octubre, libaneses de todos los ámbitos de la sociedad tomaron las calles para protestar contra la corrupción, y al momento de esta publicación la muchedumbre seguía creciendo en tamaño, ruido y unidad. Se estima que la multitud del 20 de octubre llegó a ser de 1,3 millones de personas, el 20 por ciento de la población. Lo que al parecer detonó la protesta fue el anuncio del gobierno de un impuesto a las llamadas realizadas con WhatsApp y otras aplicaciones en línea gratis, para supuestamente elevar los ingresos durante la crisis fiscal.
La población ha salido a protestar varias veces en el pasado. En marzo de 2005, en lo que se terminó conociendo como la Revolución de los Cedros, se desató una protesta masiva contra las tropas sirias que, tras más de una década del final oficial de la guerra civil que duró 15 años, todavía ocupaban algunas zonas del país; esas manifestaciones fueron respondidas con protestas organizadas por Hezbolá y otros grupos a favor de Siria. En 2015, el pueblo salió a las calles para protestar por la mala gestión del gobierno de la recolección de la basura , ya que durante meses grandes montones de desechos quedaron abandonados en las calles mientras varias facciones del gobierno luchaban por obtener una tajada del siguiente contrato con la compañía privada encargada de recolectar los desperdicios.
Aunque las protestas de 2015 fueron las primeras en mucho tiempo en convocar a personas de todas las creencias religiosas de Líbano, la indignación estuvo dirigida hacia algunos de sus líderes, no a todos. Sin embargo, en esta ocasión, las manifestaciones parecen haber trascendido las fronteras sectarias y de clase y se están produciendo en todo el país, desde Trípoli, al norte, hasta Tiro, en el extremo sur, en las grandes ciudades, los suburbios y los pueblos. Y se le están pidiendo cuentas a todos los líderes del Líbano.
La denuncia de que Líbano ha sido mal administrado no es para nada nueva. La corrupción y el nepotismo son la norma. La economía ha sido atroz por mucho tiempo —el país tiene actualmente una de las relaciones entre deuda y PIB más altas del mundo— y la tasa de desempleo es tan alta que una oleada de jóvenes emigra cada año en busca de mejores oportunidades. Los libaneses aún no cuentan con servicios públicos básicos confiables, incluyendo electricidad y agua. Lo único que ha cambiado es el nivel de la mala gestión y las humillaciones que los ciudadanos han tenido que soportar últimamente.
Las protestas más recientes llegan luego de una serie de malas noticias. Este verano, se devaluó la calificación crediticia del Líbano, lo que significa que la considerable deuda del país tendrá que pagarse a una tasa más alta. A esto le siguieron dos grandes barbaridades: un escándalo sexual y un desastre ecológico. El 30 de septiembre se publicaron reportes de que Saad Hariri, primer ministro y aliado estadounidense, le había regalado a una modelo de bikinis sudafricana más de 16 millones de dólares en 2013, cuando aún no ocupaba su cargo actual. Dos días después, el gobierno libanés declaró otro estado de emergencia económica.
La semana pasada, varios incendios forestales devastaron al país. Los bosques de todos los rincones del país parecían estar en llamas. Los bomberos no pudieron controlarlos porque sus equipos estaban averiados debido a que el gobierno había dejado de asignar fondos para el mantenimiento. Por suerte, las lluvias sofocaron muchos de los incendios.
Y luego vino el impuesto de WhatsApp.
No es mera casualidad que la población esté unida en esta ocasión: en realidad, el mismo gobierno está unido por primera vez en mucho tiempo. Este gobierno, creado en enero luego de más de un año sin tener uno, se supone que debe representar a todo el Líbano e incluir a todos los partidos. Esto significa que los políticos —muchos de los cuales son los mismos caudillos que lideraron milicias sectarias durante la guerra civil libanesa— no han podido aprovechar las divisiones sectarias que han mantenido a ciertas familias en el poder por generaciones (cada político prepara a sus hijos para que lo sucedan). El pueblo había elegido a los mismos políticos una y otra vez a sabiendas de sus actos de corrupción porque, bueno, era mejor que uno de tus propios líderes de secta estuviera robando a que otra secta se quedara con ese dinero. La estrategia usual de que cada partido político culpara al otro ya no funciona.
Esta vez, ningún partido político puede evadir la responsabilidad.
Ante los llamados al cambio, el gobierno anuló el impuesto a WhatsApp poco después de haberlo anunciado. El 21 de octubre, las autoridades dijeron que estaban de acuerdo con una lista de exigencias. Sin embargo, los recelosos manifestantes se niegan a ceder. Mientras tanto, los libaneses le están mostrando al mundo cómo se hace una gran manifestación: bailando, jugando tenis de mesa y celebrando bodas en las calles.
Las protestas anteriores tuvieron un éxito moderado. La rebelión de 2005 dio como resultado la expulsión de los sirios, pero casi todo lo demás se mantuvo igual. ¿Podrá esta reciente rebelión de las masas derrocar al gobierno? ¿Podrá el pueblo obtener el cambio de régimen por el que claman?
Pregúntale a cualquier libanés y obtendrás una respuesta similar a esta: “Por supuesto, las cosas cambiarán y nada cambiará nunca”. Las ideas opuestas de ilusión y desesperanza parecen convivir simultáneamente en la mayoría de los libaneses, sin mucha disonancia cognitiva. Fue así como los libaneses organizaron grandes fiestas nocturnas, dentro de búnkeres, en plena guerra civil.
Solo en Líbano una canción como “Baby Shark”, la cual ahora suena en todas las manifestaciones, podía convertirse en un himno de la revolución. La canción es a la vez repetitiva y pegajosa, interminable e inspiradora. “Baby shark, doo doo doo doo doo doo, baby shark, doo doo doo doo doo doo”, hasta el infinito.
(Rabih Alameddine es el autor de “The Hakawati” y otras novelas).
c.2019 The New York Times Company