“Parece vello púbico” fue uno de los primeros insultos que recibí por mi pelo. Me lo dijo una estudiante de mi colegio que me tocaba el pelo y les repetía esa misma frase a todos los demás, hasta que llegó un punto en el que tuve que amenazarla físicamente para que dejara de tocármelo y compararlo con su pubis.
Este es uno de los primeros dilemas a los que nos enfrentamos las personas negras: ¿debería dejar que la gente me tocara el pelo? Si es así, ¿en qué circunstancias? La pregunta “¿puedo tocarlo?” se convierte en uno de los momentos sociales más incómodos y puede llegar a romper relaciones incluso antes de que empiecen.
Esta fascinación por la textura del pelo de los negros (por favor, no lo llamen “étnico”) no es nada nueva ya que, en las sociedades esclavistas, algunas mujeres blancas les cortaban el pelo a sus esclavas porque, decían, “confundian a los hombres blancos”.
Hoy en día, las mujeres negras con el pelo afro, es decir, natural y sin ningún químico, se consideran atractivas, aunque el discurso popular se empeñe en decir lo contrario. Por ejemplo, piensen en Lupita Nyog, que se ha convertido en una actriz muy influyente y famosa a pesar de tener el pelo afro y la piel oscura.
No es solo una cuestión de moda: a lo largo de la historia, el pelo de las mujeres negras ha fascinado siempre a los artistas y fotógrafos y se ha relacionado mucho con movimientos políticos radicales como los Panteras Negras y el Movimiento de Conciencia Negra de Sudáfrica.
Por ello, parece una paradoja que, a finales de agosto, las alumnas del instituto femenino de Pretoria, en Sudáfrica, fueran obligadas a alisarse el pelo para poder “controlarlo”.
Deseo y medio
En realidad, estas dos palabras no se contradicen, ya que el deseo y el miedo se suelen alimentar el uno del otro. En el documental Good Hair, producido y narrado por Chris Rock, el cómico Paul Mooney lo dice con sinceridad: “Si te alisas el pelo, los blancos no montarán bulla. Si te lo dejas afro, los blancos se mosquearán”.
Y esto no es solo una reflexión elocuente. Mooney se refiere al hecho de que el pelo afro se asocia inevitablemente con algo que está fuera del alcance de los blancos: la felicidad. Cuando llevamos el pelo al natural, es libre, es salvaje, tenemos un estilo nuevo cada día, irradiamos felicidad y majestuosidad… La mayoría de la gente no puede conseguirlo y eso les cabrea.
También tiene que ver con el hecho de obedecer. Si elegimos no peinar ni controlar nuestro pelo, también estamos permitiendo que el pelo exprese la propia personalidad en vez de parecer el pelo de otra persona. Eso es lo que le molesta a la gente.
Tengan en cuenta que he generalizado hablando de la gente en general y no de la gente blanca, porque hay muchas ideas erróneas sobre lo que es el pelo de las personas negras, ideas que esparcen también los negros. De hecho, afirmaría que la mayoría de los blancos no saben nada acerca de este tipo de pelo y se hacen ideas equivocadas de lo que es por culpa de lo que les dicen algunos negros.
Bod Marley y sus rastas
Hay dos conceptos erróneos muy extendidos que son cruciales para saber lo que pensaban (o dejaban de pensar) los miembros del equipo directivo y la directora del instituto femenino de Pretoria al que nos referimos arriba.
El primero es que el pelo natural está “sucio” y, el segundo, que este no crece (de ahí la obsesión con la longitud del pelo, las extensiones y las rastas).
Muchas personas negras que llevan extensiones y que se alisan el pelo explican su decisión diciendo que su pelo natural es “inmanejable” o que “está sucio”. Estos son solo dos de los estereotipos más persistentes sobre el pelo de los negros.
La gente suele mencionar, incluso, la anécdota de que en las rastas de Bob Marley se encontraron 47 tipos diferentes de piojos cuando murió, una de las peores leyendas urbanas que existen, ya que perpetúa el estereotipo de que los piojos y otros parásitos se ven atraídos solo por este tipo de pelo, algo que la ciencia ya ha desmentido.
Este mito proviene de las imágenes de los rebeldes sudaneses que lucharon en la guerra mahdista, apodados “fuzzy-wuzzy” por los británicos, una forma despectiva de decir que estaban despeinados y desaliñados. En esta guerra, que duró desde 1881 hasta 1899, se popularizó la imagen de afros salvajes, que es lo que la gente imagina ahora cuando piensa en el pelo de los negros.
Estas imágenes que la gente se hace son erróneas por la simple razón de que sugieren que aquellos soldados sudaneses no se acicalaban o lavaban el pelo, ya que en las imágenes se solían mostrar desaliñados. Nada más lejos de la realidad. Existen tantas técnicas para arreglar el pelo como peinados a lo largo de todo el continente africano.
El “afro”, por lo tanto, no es un peinado estándar de África, sino una de las cientos de formas que hay para dejar crecer y peinar el pelo rizado. Así pues, cuando una persona negra decide hacerse rastas o trenzas, no necesita dejar de lavarse el pelo. Nuestro pelo (como todos) se enreda de forma natural cuando no lo peinamos.
El hecho de asociar las rastas con la suciedad viene, en parte, desde el Caribe, donde surgió la subcultura de los rastafaris.
No obstante, incluso en ese ejemplo, la desinformación lleva a pensar que las personas que llevan rastas son siempre rastafaris, cuando resulta que ellos introdujeron las rastas en su cultura desde África.
Para ser exactos, el pelo africano despeinado llegó al Caribe a través de las imágenes de unos soldados etíopes que lucharon en la inavasion italiana que comenzó en 1953.
Ellos juraron, usando el ejemplo de Sansón en la Biblia, que no se cortarían el pelo hasta que su país y su emperador Ras Tafari Makonnen (también llamado Haile Selassie) fueran liberados y que su emperador regresara de su exilio.
Antes de la guerra, la élite etíope lucía un cabello afro impecable. La única conclusión que podemos sacar es que fue solo bajo las condiciones de la guerra y del colonialismo cuando la gente empezó a tener el pelo “alborotado”. Cuando había paz, los peluqueros y los barberos hacían su trabajo y la gente llevaba el pelo fabuloso.
El control del pelo afro
Los mitos sobre cuánto puede crecer el pelo afro están a la altura de los que dicen que el pelo natural está “sucio”. Este falso prejuicio viene, en parte, de la práctica de medir el pelo, pues el pelo africano natural es rizado y, para medirlo, hay que estirar los rizos. Por esta razón, limitar el concepto de crecimiento del pelo africano al grosor de las trenzas cosidas o a la longitud de los mechones no tiene sentido.
¿Cómo vamos a saber lo largo que es el pelo de una persona si no le estiramos los rizos? El pelo de una persona negra va a parecer muy corto porque se “encoge” y las rastas de otra persona negra van a parecer muy largas porque no tienen apenas rizo.
La idea de que el pelo afro largo se tiene que cortar o al menos ajustar a una longitud “aceptable” es simplemente ignorancia vestida de “pulcritud”, ya que a cada persona le crece el pelo de una forma diferente.
El Instituto Femenino de Pretoria no es la primera institución que intenta controlar el pelo afro de sus alumnas. En un artículo titulado “When Black Hair Is Against the Rules”, el New York Times denunció las directrices para la presentación del pelo que publicó la Marina de los Estados Unidos el 31 de marzo de 2014, en las que se prohibían los rizos, el pelo despeinado y llevar muchas trenzas, normas que fueron dirigidas directamente a personas con pelo africano natural.
¿Sentido común? ¿Para quién?
Las instituciones conservadoras como las escuelas, el ejército o las empresas privadas tienen el derecho de imponer unas normas de etiqueta. Sin embargo, estas no se pueden basar en un conocimiento parcial si las instituciones simplemente no llevan a cabo ninguna investigación para saber si algunas de sus prohibiciones se apoyan en el “sentido común”.
Por desgracia, cuando hablamos del pelo afro, el “sentido común” no es muy de fiar para tomar decisiones, ya que las personas negras cambiamos de opinión con frecuencia en lo que se refiere al modo de llevar el pelo. Nuestro pelo es una expresión de nuestra cultura y, como tal, es tan maleable como nuestras ideas.
Intentar cercenar esta forma de expresión utilizando normas es negarnos lo que el historiador senegalés Cheikh Anta Diop llamó nuestra “conciencia ingeniosa”. Al igual que nosotros, nuestro pelo es la expresión de una infinidad de posibilidades que emanan de esa conciencia creativa y audaz.
Información Infobae