El presidente de EE.UU., Donald Trump, está profundizando en su estrategia del palo y la zanahoria con Irán: le culpa de los ataques de este sábado contra refinerías saudíes y, al mismo tiempo, hoy volvió a tentar a su homólogo iraní, Hasan Rohaní, con una reunión en Nueva York a finales de mes.
Hasta ahora, Trump ha empleado más “palo” que “zanahoria” con Teherán. Su objetivo ha sido incrementar su campaña de “máxima presión” con sanciones económicas para obligar a la República Islámica a negociar un acuerdo más amplio del alcanzado en 2015 y destinado a limitar el programa nuclear del país persa.
Trump, que se retiró del pacto, quiere modificar el comportamiento de Teherán en Oriente Medio y erradicar de raíz su apoyo a grupos como el chií libanés Hizbulá.
Pero, incluso con los graves ataques a refinerías saudíes de este fin de semana, EE.UU. sigue dejando la puerta abierta a un encuentro entre Trump y Rohaní, una cita que haga el deleite de las cámaras y sirva para certificar al estadounidense como un especialista en el arte de la negociación.
Hoy, en la cadena Fox, la consejera presidencial Kellyanne Conway dijo que los ataques no significan que Trump haya descartado una reunión con Rohaní.
“El presidente siempre considera sus opciones. Nunca nos hemos comprometido con ese encuentro, pero el presidente lo está examinando. El presidente ha dicho que lo está valorando, así que dejaré que el presidente sea quien anuncie si habrá o no una reunión”, afirmó Conway.
Y es que el despido esta semana de John Bolton ha servido para sacar de la Casa Blanca al mayor saboteador del deseo de Trump de negociar con los enemigos de EE.UU., incluida la República Islámica.
De hecho, se rumorea que la gota que colmó el vaso en su relación con Bolton fue la oposición de ese asesor a la idea de Trump de relajar las sanciones a Irán para convencer a Rohaní de que se entreviste con él.
“Irán quiere que nos reunamos”, insistió Trump este jueves, con un lugar y una fecha claros en la mente: la Asamblea General de la ONU que se celebrará a finales de este mes en Nueva York.
De momento, la Casa Blanca mantiene esa idea, pero lo cierto es que podría complicarse tras lo ocurrido este sábado en Arabia Saudí. Allí, dos refinerías de la petrolera estatal Aramco, clave para el abastecimiento mundial de crudo, fueron atacadas con diez drones, causando una reducción de cerca del 50 % en su producción.
La ofensiva fue reivindicada por los rebeldes hutíes yemeníes, apoyados por Irán; pero, el sábado, el secretario de Estado, Mike Pompeo, responsabilizó directamente a la República Islámica y aseguró que no hay “evidencias” que sugieran que los ataques procedían del Yemen.
“El secretario Pompeo ha dejado muy claro que el régimen iraní es responsable de este ataque en áreas civiles y en infraestructuras que son claves para el suministro de energía global y no vamos a aceptar eso”, subrayó hoy Conway, quien avisó que “muchas opciones están sobre la mesa”.
Sin embargo, Conway evitó comentar sobre cualquier posibilidad del uso de la fuerza y no contestó a preguntas sobre la propuesta del senador republicano Lindsey Graham, un “halcón” en política exterior que quiere que Washington bombardee refinerías iraníes, en respuesta al ataque contra Riad.
Ese tipo de represalia parece poco posible, pues en julio ya Trump descartó una acción similar. Entonces, en reacción al derribo de un dron estadounidense en el estrecho de Ormuz, el mandatario estaba listo para lanzar un ataque contra Irán, pero dio marcha atrás en el último minuto por temor a causar víctimas mortales.
No obstante, el propio Trump ofreció el sábado su ayuda al príncipe heredero saudí, Mohamed bin Salman, y respaldó el “derecho de Arabia Saudí a defenderse”, de acuerdo a la Casa Blanca.
El Gobierno de Trump está también preocupado por el impacto que los ataques puedan tener sobre el abastecimiento mundial de petróleo.
Por eso, el Departamento de Energía de EE.UU. ha dicho que está “preparado” para usar sus reservas de crudo para evitar el pánico en los mercados.
EE.UU. tiene guardados 630 millones de barriles de petróleo para casos de emergencia en unas enormes cavernas subterráneas en la costa del Golfo de México, específicamente en los estados de Texas y Luisiana.
El objetivo de esa reserva, creada tras la crisis del petróleo de 1973, es evitar que una hipotética falta de crudo desemboque en una dramática escalada de precios y consecuencias nefastas para la economía estadounidense.