Un estudio en desarrollo, Evaluación móvil para la predicción del suicidio (MAPS), se propone determinar si las corrientes de información de los smartphones de los adolescentes permitirían —en combinación con el aprendizaje automático y los conocimientos de la psicología sobre conducta suicida— crear un algoritmo que detecte aumentos en el riesgo.
La investigación, en la que participan las universidades de Oregon en Eugene y de Columbia, reclutó a 200 chicos de entre 13 y 18 años que, con la autorización de sus padres, permiten un registro 24/7 de sus vidas digitales durante seis meses. En su mayoría han intentado suicidarse (el 8% de los adolescentes en general han hecho un intento al menos) o han tenido pensamientos suicidas (16%); todos han sido diagnosticados con depresión.
Además de registrar en su totalidad mensajes escritos, tonos de voz en llamadas, expresiones faciales en selfies, música que escuchan, videos que miran, tiempo de movilidad y tiempo de permanencia en el hogar, la app que los científicos instalaron en los teléfonos de los participantes suena y presenta preguntas una vez por semana: “En los últimos días, ¿con qué frecuencia has pensado en matarte?”; “¿Hiciste un plan para suicidarte?”; “¿Hiciste un intento de suicidio?”.
En general los mejores indicadores de una posible conducta suicida en los adolescentes son demográficos o clínicos: angustia, disfunción social (por ejemplo, si son víctimas de bullying), problemas de sueño. Nada que permita evaluar el riesgo inmediato e intervenir para evitarlo.
Randy Auerbach, profesor de psicología en Columbia e investigador de MAPS, explicó a Science por qué el estudio es importante aunque tenga aspectos de invasión de la privacidad: “Los chicos se están suicidando en cifras récord, y lo que hemos tratado de hacer tradicionalmente no funciona. Realmente necesitamos reconsiderarlo”.
En la última década, las tasas de suicidio aumentaron en los Estados Unidos en general, y entre los más jóvenes en particular. Si en 2007 era del 6,75 por cada 100.000 personas de entre 10 y 24 años, en 2017 llegó a 10,57, con 6.700 muertes.
Se sabe que factores como un intento previo, la depresión y el abuso de sustancias aumentan el riesgo de suicidio en la población en general, como también la enfermedad crónica y el acceso a herramientas para terminar con la vida. “El problema es que esos factores de riesgo engloban a una enorme cantidad de personas, pocas de las cuales están en peligro inminente. Y no cambian mucho de un día para el otro, mientras que los impulsos suicidas sí lo hacen”, explicó el artículo.
En ese punto el smartphone ubicuo cobra enorme utilidad. En sus corrientes ricas de información irrelevante se esconden señales de sufrimiento que, en caso de ser comprendidas, permitirían intervenir en el momento del impulso. Desde septiembre de 2018 este estudio intenta identificarlas
“No es una misión investigadora”, dijo Auerbach a Science. “Más bien estamos apuntando a ciegas”. A partir de teorías comprobadas sobre la conducta suicida —por ejemplo, señales reconocidas de sufrimiento psicológico— MAPS aplica algoritmos que miden la angustia en el tono de voz de un adolescente, su elección de música, el lenguaje que emplea y las fotos que toma o publica.
La aplicación en la que se realiza el estudio, Evaluación cómoda de los estados de riesgo (EARS) aprovecha la naturalidad con que los chicos llevan su teléfono para medir continuamente las variables relevantes. “Nuestro objetivo es mejorar la predicción de pensamientos y conductas suicidas y brindar a médicos y pacientes herramientas confiables, expansibles y factibles que reducirán la pérdida de vidas innecesaria”.
La recolección de datos de EARS, que incluyen cuestiones de seguridad como la geolocalización, “se realiza de manera pasiva, casi sin molestar al usuario”, según el sitio de la app. “Al construir esta herramienta nos concentramos en dos consideraciones: 1) privacidad y encriptación y 2) impacto en el uso del teléfono”.
El objetivo máximo de la aplicación es no sólo encontrar señales sino también intervenir. Lo investigadores analizan la posibilidad inicial de una señal de alarma (puede ser sonido o un mensaje) que recuerde a los adolescentes algunas de las herramientas de la psicoterapia para superar el mal momento, pero también el marcado automático del número del terapeuta, o de algún familiar o amigo.
El co-investigador Nicholas Allen, psicólogo clínico de la Universidad de Oregon en Eugene Allen, dijo a Science que años de práctica le dejaron una lección valiosa: “La mayor parte de los impulsos suicidas son efímeros. Cuando he visitado en el hospital a pacientes que se recuperaban de un intento, siempre me dijeron ‘Estoy muy contento de no haber muerto'”. De ahí, opinó, la importancia de MAPS: ayudar a que la gente pase esos momentos oscuros.
Fuente: Infobae